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Lo opuesto de la pobreza

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“Durante mi vida me he dedicado a la lucha de la gente africana. He luchado contra la dominación blanca, y he luchado contra la dominación negra. He querido y buscado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el cual espero vivir y el cual espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir “.

Estas fueron las poderosas palabras que pronunció Nelson Mandela al final del famoso juicio de Rivonia que resultaría en su condena a cadena perpetua. Cada vez que leo esto, me pregunto con qué cosas estoy dispuesta a comprometerme durante mi vida, e incluso por cuáles estaría dispuesta a morir. El trabajo de los últimos 18 años con Acumen me recuerda este hecho casi a diario. Y es que en el corazón del trabajo de la lucha para erradicar la pobreza hay algo más profundo. Es clave entender que lo opuesto a la pobreza no es tener ingresos. Si el problema fuera simplemente de ingresos, podríamos solucionarlo dándole a los pobres un poco de dinero extra y eso lo resolvería todo.

Lo opuesto a la pobreza es la dignidad.

La dignidad es libertad. Es elección. Es tener el control sobre las decisiones de nuestras vidas.

La dignidad es el más fundamental de nuestros anhelos: implica ser vistos, que nuestra voz sea tenida en cuenta, ser libres. De hecho, este espíritu indomable es lo que nos une como seres humanos, lo que consideramos fundamental para nuestra humanidad. Por lo tanto, definir nuestro éxito no por los ingresos que amasamos, sino por la dignidad que cultivamos (tanto en nosotros mismos como en los demás), representa la mayor esperanza para el futuro de nuestra especie y de nuestro planeta.

Tenemos que cambiar la narrativa en torno a la pobreza. Demasiadas personas quieren medir el éxito simplemente por la cantidad de empleos creados, las personas beneficiadas o por los ingresos obtenidos. Estas métricas ayudan, por supuesto, pero son insuficientes. Mis abuelos emigraron de Austria a una pequeña ciudad en Pennsylvania con poca educación y pocas habilidades. Para mantener a sus seis hijos, mi abuelo arrastraba cemento y mi abuela trabajaba como costurera en una fábrica. Según la mayoría de los estándares, eran pobres.

Pero ellos no veían las cosas de esa manera, ya que también tenían una red de seguridad a su alrededor. Se sentían seguros al saber que sus hijos podían asistir de forma gratuita a las escuelas públicas locales o a la escuela católica de bajo costo del vecindario. Tenían acceso a atención médica y no tenían problemas de seguridad en su barrio. No temían ningún daño debido a su raza o religión. Votaban libremente por políticos que representaban sus intereses como sus líderes locales y nacionales. Sus ingresos ciertamente ayudaron a evitar los riesgos de la pobreza. Pero sus muchas otras libertades políticas, de religión, de movimiento, de expresión, les dieron un sentido de esperanza de que sus vidas y las vidas de sus hijos podrían ser mejores. Vivían con una riqueza que no estaba disponible para ellos en sus lugares de nacimiento. Por todo esto, no eran pobres. Vivían con la dignidad que tienen las personas con oportunidades y con capacidad de tomar sus propias decisiones.

Pudieron ver a su hijo (mi padre) estudiar en West Point y servir en el ejército. Él y mi madre educaron a sus siete hijos, quienes también asistían mayoritariamente a escuelas gratuitas, recibían atención médica gratuita a través del Ejército y crecieron sin temor a ser perseguidos. Hoy, mis hermanos y sus hijos viven con una facilidad y un sentido de posibilidades casi ilimitadas que mis abuelos hace dos generaciones no podrían haber ni imaginado.

Hoy, a pesar de nuestro éxito global en ayudar a salir de la pobreza a 300 millones de las personas más vulnerables del mundo – un éxito por supuesto se debe celebrar en su totalidad- la mitad de los habitantes del planeta seguimos estando excluidos de las oportunidades y posibilidades de la economía global. Demasiadas personas viven en sociedades con oportunidades que no son accesibles para “personas como ellos”, ya sea debido a la exclusión económica o política, y muchos sienten la escasez de esperanza de que la vida mejorará para ellos o para sus hijos. Incluso, con el paso del tiempo, esto describe cada vez más la situación de personas que viven en condiciones vulnerables en los Estados Unidos. Esta falta de oportunidades no es buena para nadie, ni para los pobres, ni para los ricos.

Para romper los obstáculos y la pobreza que genera la injusticia, debemos invertir no solo en la búsqueda de beneficios, sino en la búsqueda de dignidad. Invertir de forma que se garantice que todos los niños tengan una educación de calidad es invertir en dignidad. También lo es invertir en compañías que dan voz a los pequeños productores, incluidas las opciones de participación en beneficios o primas por la calidad de sus productos. Imaginémonos lo que pasaría si más empresarios y emprendedores se enfocaran en resolver los retos de la pobreza. O lo que podría pasar si más inversionistas vieran el capital como un medio y no solo como un fin en sí mismo.

De hecho, uno de los esfuerzos que más me entusiasma en este frente es el trabajo que Acumen inició con Lean DataSM. Debido a la ubicuidad de los teléfonos celulares, ahora podemos llegar a miles de clientes de bajos ingresos a la vez, solicitándoles comentarios sobre los servicios prestados y, en última instancia, obteniendo una imagen mucho más precisa de lo que desean como clientes.

Por ejemplo, una empresa de crédito agrícola en la que invertimos utiliza Lean DataSM

para escuchar a las personas a las que beneficia de una nueva manera y más directa, enviándoles preguntas sobre los servicios prestados y sobre lo que podrían hacer para mejorar. Estos agricultores de bajos ingresos respondieron con una serie de ideas y poderosas sugerencias prácticas. La empresa llegó a comprender que los préstamos se les pagarían de vuelta con un mayor grado de certeza si ellos estructuraran los pagos considerando los meses en que el efectivo disponible es más bajo, por ejemplo cuando las cuotas escolares vencen o justo antes de la cosecha. Al trabajar con los clientes para comprender con mayor precisión aquellas semanas o meses en que es difícil hacer los pagos, la compañía no solo pudo generar lealtad, sino también establecer un registro de devolución de préstamos casi perfecto.

Cuanto más nos centramos en los demás y les ayudamos a ser tomados en cuenta, más tenemos la oportunidad de sentir que nuestras propias capacidades brillan, más nos vemos a nosotros mismos en los efectos de nuestras propias acciones, más ponemos el capital en su sitio y la humanidad en el centro. En esta paradoja puede estar el secreto para erradicar  la pobreza y también para permitir el florecimiento humano.

Cambiar la narrativa sobre la pobreza significa centrarse en la dignidad humana. Significa construir sistemas inclusivos que reconozcan los beneficios y los costos de nuestras acciones en otros seres humanos y también en el planeta. Es importante mencionar que debemos ser capaces de reconocer que realmente no tendremos dignidad hasta que todos la tengamos.

Esta, es una idea por la que vale la pena vivir.

 

Este texto fue escrito por la fundadora de Acumen Jacqueline Novogratz, para ver el artículo original haz click aquí.

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Sobre Acumen:

Acumen es una organización pionera que busca abordar de una manera disruptiva los retos de la pobreza y la desigualdad a través de dos grandes apuestas: Por un lado, la gestión de fondos de inversión de impacto dedicados a apoyar el crecimiento de modelos de negocio innovadores que tengan simultáneamente un alto potencial de mercado e impacto social. Por el otro, le apostamos a crear una masa crítica de agentes de cambio social con las habilidades, los valores y el poder de cambiar la narrativa de la región. Con estas dos líneas de acción buscamos catalizar la transformación de nuestra sociedad.