La imaginación moral a través de violines y rimas
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¿Qué pueden tener en común el rap y la música clásica? Más allá de que ambas son expresiones musicales, una con más trayectoria que la otra, estas se han convertido en la ventana para transformar las narrativas violentas de niños y jóvenes en un país como Colombia.
Cuando Amadeus Mozart aprendió a tocar el piano a los 6 años, solo lo escuchaban su padre y el rey de la corte de Viena, ya que ese género musical era un asunto de las élites. Hoy, doscientos años después de su muerte y muy lejos de Viena, en el municipio de Bello, Antioquia, la música clásica ha dejado de ser un pasatiempo de las cortes para ser lo que rodea la vida de los niños y niñas beneficiarios de Amadeus Fundación.
Daniela Ocampo, candidata a Fellow de Acumen en Colombia, en medio de la vereda de Tierra Adentro, y junto a su Fundación, se ha enfrentado al reto de trabajar con una población que por años ha sido víctima de la violencia que las bandas criminales y las fronteras invisibles han impuesto allí. Frente a esta realidad Amadeus encontró en la música una alternativa para cambiar la violencia por melodías.
Amadeus Fundación es una organización que desde hace 32 años ha hecho de la música una herramienta para que cientos de jóvenes y niños, que viven en contextos vulnerables, tengan la oportunidad de conocer realidades diferentes para pensar un futuro distinto. Como cuenta Daniela la metodología Amadeus “se basa en que mientras enseñamos el instrumento y mientras los chicos tienen la práctica orquestal, nosotros cultivamos y fortalecemos en ellos sus competencias socioemocionales. De modo que inconscientemente, al trabajar o aprender una escala más difícil, ese profesor nos está ayudando a enfrentarnos a los retos más complejos de la vida y, al mismo tiempo, nos está enseñando cómo empoderarnos, no solamente de nuestra seguridad personal al abordar un pasaje, un compás o un repertorio, sino que nos está dando la señal de cómo enfrentar una problemática en casa o si, al salir de la escuela, tienen que vivir en un escenario de violencia, pobreza o escasez”.
No muy lejos de esta realidad, cerca del pacífico colombiano en la capital del Valle del Cauca, y con el rap como protagonista, Andrés Felipe González – Fellow 2019 -, o Fares como es más conocido, lidera en el barrio Las Minas de Cali el colectivo Prisioneros de Esperanza.
El rap surgió en los barrios negros y latinos de Nueva York hace 50 años como una crítica a la segregación racial y ha hecho parte de los movimientos afroamericanos de reconocimiento y lucha social. En sus rimas las inconformidades son evidentes y comparten cómo viven en su día a día. Y con Fares no es la excepción. Hace aproximadamente 10 años, Andrés encontró en este género la ventana para cambiar su estilo de vida y seguir ejerciendo acciones positivas de liderazgo en su barrio.
En el sector Las Minas, ubicado en el sur de Cali, creció Fares en medio de la violencia. Vivir en este contexto le permitió darse cuenta que un cambio era necesario para que los futuros jóvenes que crecieran allí conocieran o tuvieran más oportunidades de cambiar sus realidades. Prisioneros de Esperanza transforma las narrativas a través de talleres formativos y de sensibilización con los jóvenes. “Con los chicos que llegan con la intención de hacer rap lo que hacemos es desarrollar sus habilidades de liderazgo en todos estos procesos, con el fin de que estos jóvenes pasen de ser ese factor de riesgo de la comunidad, ya sea por consumo o venta de drogas, a ser ese factor protector. Porque el joven que anteriormente estaba vendiendo droga o consumiendo en la esquina, ahora es de esos jóvenes que nos viene a colaborar en las actividades con los niños o con el empoderamiento de la comunidad”.
Ser audaz en medio de la incertidumbre
En medio de lo que Colombia y el mundo entero está viviendo a raíz del Covid-19, estos dos agentes de cambio se están enfrentando a un reto aún más grande: seguir apoyando a los niños, niñas y jóvenes desde la virtualidad.
A pesar de que tanto la vereda de Tierra Adentro como el barrio Las Minas hacen parte de los cascos urbanos de sus respectivas ciudades, la conexión a internet ha sido todo un desafío, pues muchas de las familias a las que pertenecen estos niños y jóvenes han tenido que tomar la decisión de renunciar a la conectividad por tener un día más con qué poder alimentarse. Aun así, la situación no ha logrado que las ganas de seguir de la mano con la música desaparezcan.
Amadeus se adaptó y sigue trabajando desde WhatsApp las lecciones y el acompañamiento. A través de llamadas telefónicas con sus beneficiarios de Tierra Adentro, y gracias a su anticipación al aislamiento que se decretó en el país hace más de dos meses, lograron entregarle en préstamo a cada niño, niña y joven su instrumento para continuar con su formación musical. Las realidades en los hogares y casas de estos jóvenes músicos es muy diversa: “En muchas no hay celulares y en ninguna hay computador. Ahora todo el mundo se ha volcado a hacer todo virtual, pero hoy más que nunca nos damos cuenta de la gran desigualdad que hay en el acceso a herramientas tecnológicas, educativas y de comunicación. Al ser tan evidente la situación supimos que teníamos que continuar. Y decidimos esforzarnos más para hacer un acompañamiento enfocado en lo telefónico y no tanto vía internet”.
Tanto ha sido el compromiso de estos músicos con su formación, que se le midieron al igual que los grandes intérpretes del mundo a grabar su concierto virtual. “Pensamos que era la mejor manera de que ellos se dieran cuenta de su talento sin importar de dónde vengan. Si son de una vereda, si están en una condición de pobreza o no, si son niños, si su violín es prestado o no. Queríamos que ellos se dieran cuenta que tienen todo lo que se necesita para salir adelante y enfrentarse a esas dificultades, además de que lograran aprender en la adversidad y sobreponerse a eso, demostrarles que son capaces de hacer lo mismo que las grandes orquestas en el mundo”.
¿El resultado? 4 minutos que prueban que la dedicación, la disciplina y las ganas de hacerlo son más que suficientes.
Prisioneros de Esperanza no se queda atrás. En medio de la pandemia, ha logrado enfocarse más en la salud mental de sus jóvenes llevándolos a hacer reflexiones profundas de cómo viven la situación actual con sus familias y acompañándolos a través de apoyo psicológico. La pausa obligatoria que ha ocasionado el coronavirus también ha sido la oportunidad para poder impactar desde el colectivo a más residentes del barrio Las Minas compartiendo información de autocuidado indispensable para la coyuntura.
Hoy, desde la virtualidad, Fares trabaja en hacer realidad el sueño de mejorar la conectividad del barrio y poder tener la primera sala de computación en Las Minas, y así seguir creando más mensajes como los que antes del COVID compartían.
¿Qué une a Daniela y Fares? Más allá de usar la música como un instrumento para cambiar las realidades y que ambos hacen parte de la comunidad de Fellows de Acumen, los acerca, aún más, las ganas de sembrar en cada uno de esos niños y jóvenes la semilla de creer que al hacer lo correcto y no lo que es fácil se pueden transformar historias de violencia por realidades en paz.
Tener la capacidad de ver el mundo tal como es y ser igual de valientes para ver cómo podría ser es lo que hace que estos dos agentes de cambio en medio de una revolución de violines y solo dejándose atrapar de la esperanza, sean capaces de ejercitar día a día lo que en Acumen llamamos imaginación moral y así seguir transformando la manera en la que abordamos los retos de la pobreza.
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*El Programa de Fellows de Acumen en Colombia es apoyado por la Fundación Santo Domingo