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La travesía de una mujer en la búsqueda de una mejor vida para Pakistán
Shamim Akhtar se ve pequeña pero tiene una presencia muy poderosa. Con su metro y cincuenta y dos centímetros de altura, vistiendo un llamativo hiyab teñido de rojo y con un lápiz labial que le hace juego, muestra templanza y fortaleza. Al conocerla, llama la atención con su hablado rápido y deliberado. Ella siempre se ha sentido segura de sí misma. Esta confianza, dice ella, proviene de haber sido criada como un niño.
Shamim, la mayor de ocho hermanos, nació en 1983 en Molvi Abdullah Mari, una aldea rural en la provincia de Sindh en Pakistán. Su familia pertenece a una casta Baloch, un sector de la sociedad conservador y patriarcal donde los hombres tradicionalmente tienen prioridad sobre las mujeres. “La vida no fue fácil para mí”, dice. “Cuando nací, a las niñas no las dejaban salir”. En su casta es común que las familias crean que el primogénito debe ser varón, por lo que, cuando Shamim llegó, su familia se enfrentó a un dilema. Su padre y su Taya, sabían que la costumbre era mantener a las mujeres en el interior de las casas, pero a la vez querían darle la oportunidad de ver el mundo y formar parte de la sociedad. Sabiendo que Shamim es un nombre unisex en este país, su Taya vio la oportunidad de cambiar el curso de su vida. A sus tres meses de vida, Shamim pasó de ser una niña a un niño.
“Mi Taya no iba a dejarme dentro de la casa”, dice Shamim. “Él había ido a la universidad y quería que yo saliera, mostrarme cosas, que tuviera educación, y la única forma en que podía hacerlo era vistiéndome de niño”.
Al principio, la transición fue aparentemente fácil. Su familia compraría solo ropa para niño y le dejarían el pelo corto. Shamim disfrutó de la libertad de usar pantalones en lugar de estar cubierta con el tradicional salwar kameez. Hasta sus 10 años, ella se adaptó con normalidad a la vida de un niño, fue a la escuela y era feliz. En la escuela de Shamim asistían tanto niños como niñas, algo que no era común en Sindh y muchas familias se sentían incómodas con que sus hijas estudiaran. El gobierno recientemente había comenzado a permitir que las niñas continuaran su educación más allá del quinto grado, pero Shamim se dio cuenta de que muchas de sus compañeras no tendrían la oportunidad de avanzar al octavo grado con ella y comenzó a sentirse frustrada.
Al final de quinto de primaria, su escuela hizo una celebración para los estudiantes y sus familias. Su Taya asistió y le pidió a la clase que demostrara lo que habían aprendido después de cinco años en la escuela, ninguno de los estudiantes tuvo el coraje de hablar, a excepción de Shamim. Ella quería que su tío se sintiera orgulloso y mostrarle a todos lo que era posible cuando una niña tenía acceso a una educación, incluso si solo su familia y un puñado de personas de su aldea conocían su verdadero género.
“Ser criada como un niño me dio cierto tipo de confianza que de otro modo no hubiera tenido”, dijo Shamim. “A medida que fui creciendo, me frustré al ver que estos niños tenían las mismas manos y pies que yo, pero se les trataba de manera preferencial. ¿Por qué se les daba prioridad sobre las niñas? ¡Eso no tenía ningún sentido!”.
Ella comenzó a notar las pequeñas injusticias del día a día que enfrentan las niñas y mujeres en su pueblo. Por ejemplo, cuando el periódico llega a casa, pasa del hombre mayor al menor, llegando eventualmente a las mujeres una vez que los hombres han terminado. Para cuando las mujeres pueden ver el periódico, ya ha pasado un día y las noticias son viejas. En lugar de enojarse Shamim solo se volvió más inteligente, encontró la forma de seguir aprendiendo y seguir adelantándose a los niños de su clase. Se plantaba delante de la radio para escuchar a la BBC y, cuando los amigos de su padre iban a hablar de política, ella se quedaba escuchando y espiaba la conversación en lugar de irse con sus amigos a jugar. Sus esfuerzos adicionales dieron sus frutos. Shamim sobresalió en la escuela. Su curiosidad era insaciable.
Una vez que completó octavo grado empezó a desanimarse sabiendo que este sería el final de su educación. La escuela secundaria local estaba a cinco kilómetros de distancia y, aunque no era un problema para los niños porque tenían bicicletas y otros medios de transporte, su padre no estaba dispuesto a permitir que su hija hiciera la caminata por su cuenta. Incluso si seguía haciéndose pasar por un niño. “Me dijo ‘no puedo dejar que hagas eso, no tengo tiempo para acompañarte hasta allí y regresar. Lo siento, pero es imposible’”.
Shamim quedó devastada pero, por algún milagro, un pariente lejano -que resultó ser maestro- supo de su difícil situación. Se ofreció a enseñarle el plan de estudios para los grados noveno y décimo durante los siguientes dos veranos en los periodos de vacaciones. Los veranos en Sindh son especialmente brutales, alcanzando temperaturas hasta de 46ºC, pero a Shamim no le importaba tolerar el calor si eso significaba que podía continuar su educación.
Para cuando terminó el décimo grado, Shamim se estaba convirtiendo en una mujer y ya no podía seguir haciéndose pasar como un niño. Ya todos en su pueblo conocían su secreto, y se había convertido en un tema polémico entre algunos de los hombres más influyentes. “No les gustó que hubiera una chica a la que le iba mejor que a sus hijos varones”, dijo. “Me había ido bien en la escuela y, si alguien me molestaba yo respondía. Me había vuelto muy confiada y muy segura de mí misma, y muchos me reprochaban esa actitud. Me decían: ‘Es hora que deje de comportarse como un niño. ¿No se avergüenza?’ y porque eran mis mayores, tenía que mostrar mi respeto y tener la actitud sumisa que ellos esperaban tuviera una mujer. Pero tan pronto como estaba a una distancia segura, cambiaba de nuevo”.
Shamim ya podía vestirse de mujer de nuevo, sabía que así podía terminar sus estudios en la cercana ciudad de Mirpur Khas. Allí la escuela tenía un albergue para niñas, y ella podría terminar los grados once y doce; eso si lograba obtener el permiso de su padre. Ella le preguntó, pero él dijo que no. Shamim no se dio por vencida fácilmente, se declaró en huelga de hambre durante tres días y logró convencer a su padre de que la dejara ir. Dos años más tarde, cuando llegó el momento de ir a la universidad, sabía que obtener su consentimiento de nuevo sería mucho más difícil. Su padre había decidido centrar su atención en sus hermanos varones menores, que podían ir a la escuela, conseguir trabajos seguros y ayudar a mantener a la familia, mientras que, como mujer – y a pesar de sus estudios- el lugar de Shamim estaba en el hogar.
Shamim no presionó su suerte, pero tampoco tenía planeado volver a casa. En cambio, se inscribió en un programa de dos años para convertirse en una visitante de salud femenina. No era la universidad, pero podía seguir aprendiendo y tener un salario. Mientras trabajaba en los diferentes hospitales de la ciudad, conoció sobre una organización sin ánimo de lucro que contaba con un programa de desarrollo rural y que trabajaba para empoderar a las comunidades rurales en Tharparkar, Dadu y otros distritos vecinos de Sindh. Shamim nunca había oído hablar de las palabras “sin ánimo de lucro”, pero estaba intrigada por el trabajo. Sin que nadie lo supiera se escapó y viajó cinco horas para ir a una entrevista en esa organización. Esto era lo más lejos que había estado alguna vez de casa.
Finalmente consiguió el trabajo, pero eso, en su mente, era la parte más fácil. La parte difícil era enfrentar a su padre. Él ya se había enterado de las noticias por parte de sus parientes, que se burlaban de él por tener una hija desafiante y “deambulante”, le decían que había sido demasiado permisivo y lo asustaban diciéndole que iba a descarriarse y ya no podría controlarla. Shamim no quería nada más que aceptar el trabajo en esa organización, pero sabía que estaba desobedeciendo a su padre.
“Esa noche, empaqué todas mis cosas en una pequeña maleta y entré a la habitación de mi padre”, dijo Shamim. “Le dije: ‘Mañana por la mañana, el autobús va a venir. Si crees en mí, puedes despertarme y llevarme a la estación. Si no me despiertas, lo entenderé’. Me fui a dormir y, a la mañana siguiente, mi padre estaba allí junto a mi cama listo para llevarme al autobús “.
Con ese trabajo, Shamim comenzó a ver que existía un Pakistán que no conocía, un país mucho más complejo de lo que ella se imaginaba. “Pensé que tenía una vida difícil, pero luego vi lo que las mujeres en otros distritos estaban experimentando y realmente me abrió los ojos”, dijo. “Algunas mujeres tenían once hijos y nada para alimentarlos”. Para obtener agua, tenían que caminar tres horas todos los días para llegar a pozos que estaban a seis, tal vez siete kilómetros de distancia. No había escuelas, y el hospital más cercano estaba a 32 kilómetros. Si una mujer estaba en trabajo de parto, tendría que viajar en camello para llegar al hospital, pero la distancia era tan grande que era muy probable que muriera en el camino”.
“Se convirtió en algo más que un simple trabajo para mí; se convirtió en mi pasión”, dice Shamim. Ella trabajaba hasta la medianoche todas las noches y asumía cualquier tarea que se le presentara. Su equipo cavó pozos más cerca de las aldeas, creó una unidad básica de salud e intentó abrir una escuela, pero todas estas sólo eran soluciones temporales para un problema mucho mayor. Shamim comenzó a reconocer las deficiencias del estado y las limitaciones de su contribución. “No teníamos la capacidad de proporcionar soluciones permanentes, pero al menos podíamos darles algún tipo de alivio. Incluso hoy, tantos años después, esta parte de Sindh sigue siendo muy abandonada”.
Después de unos años, Shamim empezó a sentirse limitada por lo que podría lograr con la organización en la que trabajaba, y curiosamente notó que de vuelta en casa estaba logrando tener un impacto real. Sus amigos y vecinos la veían florecer y enviar dinero a sus padres, y comenzaron a comprender la importancia de la educación. Shamim pronto se convirtió en un modelo a seguir. Con el tiempo, los padres comenzaron a enviar a sus hijas a la escuela, se construyó una carretera a Mirpur Khas que facilitaba y hacia aceptable que las jóvenes fueran a la universidad, y los amigos de su padre le pedían que les ayudara a que sus hijos varones pudieran, como ella, encontrar trabajos en organizaciones sin ánimo de lucro.
Sus padres estaban orgullosos, pero todavía no estaban del todo cómodos con que estuviera sola tan lejos. Para ese entonces, en el 2014, soñaban con que Shamim encontrara un trabajo con el gobierno y que estuviera más cerca de casa, así que cuando se enteraron de la apertura de un puesto de maestro en una escuela cercana, hicieron una aplicación a la vacante en su nombre. Shamim no estaba feliz, pero hicieron un trato, tomaría el examen de admisión y, si pasaba, la decisión dependería de ella. Como era de esperarse consiguió el trabajo, pero había llegado a un punto de inflexión en su vida: Estaba contenta trabajando en esta organización, pero también sabía que era necesario un cambio en las aldeas cercanas a su hogar.
Fue justo en ese momento de duda, cuando fue seleccionada para participar en el Programa de Fellows de Acumen, y tuvo la oportunidad de conocer otros jóvenes que, como ella, eran agentes de cambio en todo Pakistán. “Vi cómo muchos de mis compañeros habían asumido riesgos durante toda su vida, y comencé a pensar en lo que realmente significa el liderazgo”, dijo. “Me pregunté a mí misma ‘¿Debería tomar este riesgo’”. Inspirada por estos “fellows” de su cohorte decidió aceptar el puesto de maestra a modo de prueba pero, después del primer día, no hubo vuelta atrás. “Cuando entré a clases ese primer día, vi a todas esas pequeñas Shamims mirándome. Estaban ansiosas por aprender, pero la escuela estaba en una situación terrible y con insuficiencia de maestros. No había quién enseñara en los grados noveno y décimo. Las niñas se sentaban allí, sin aprender nada, y luego se iban de regreso a sus casas. No podía soportar que eso ocurriera”.
Shamim aceptó de lleno el trabajo y en 2015 invitó a algunos de sus viejos amigos para que le ayudaran a enseñar. Hasta el momento, las inscripciones de alumnos van en aumento y más maestros se han unido a la escuela en el último año. Ella también está buscando fondos para construir una biblioteca y un laboratorio de ciencias para la escuela. “Quiero mostrarles el mundo exterior y abrir sus mentes”, dice. Pero Shamim es Shamim, no está contenta con detenerse allí. Ahora tiene 33 años y está cursando su doctorado, una vez graduada podrá ascender a una posición más alta dentro del sistema educativo del distrito. Ella quiere que la autoridades y los directivos tomen decisiones más ambiciosas y que influyan en el cambio. Gracias a su preparación ha podido ver las brechas que existen en todo Pakistán y está decidida a asegurarse de que Sindh no caiga entre las grietas.
“Cuando comparo Punjab con Sindh, hay un mundo de diferencia”, dice. “Incluso solo en términos de educación, me di cuenta de que Sindh está siendo reprimida. No lo veamos a nivel global, estas niñas ni siquiera pueden competir dentro de Pakistán. Los niños crecen, van a escuelas privadas, se vuelven políticos y no les importa lo que está sucediendo en las aldeas. Sindh muestra una fachada de ser fuerte pero, si le arrojas una piedrita, se derrumbaría todo porque no hay nada dentro. Si nada cambia, nos quedaremos completamente atrás “.
Shamim está preparada para hacer la tarea necesaria. Pequeña pero tenaz, ha vivido los primeros 33 años de su vida sin miedo, y no va a detenerse ahora. “Algo tan simple como una prenda de vestir fue capaz de cambiar completamente mi vida”, dice. “Sin eso, nunca habría desarrollado la confianza para seguir mi educación y estar donde estoy hoy. Estaría en una posición muy diferente si hubiera sido criada como una mujer”.
Como docente, ahora puedo alcanzar e impactar a más de 50 chicas cada año. Imagina lo que puede pasar si enseño durante 10 años. Puedo ser una pequeña agente de cambio, pero estoy creando a muchos otros agentes de cambio. Mi anhelo es que estas líderes del futuro salgan al mundo y creen algo muy grande juntos.”
Lee el artículo original en Acumen Ideas.